“Tenemos planes de la A a la Z”
Entrevista a la directora nacional de Aldeas Infantiles SOS Uruguay, Verónica Burstin
Desde que era niña, sabía que quería ser psicóloga, aunque no sabe bien por qué. Quizá el hecho de tener amistades que vivían otras realidades hizo que se despertara esa vocación temprana, mientras disfrutaba de los juegos en el barrio, las andanzas en bicicleta y el ring raje. Ya de adulta, su vida profesional y laboral continuó profundizando ese camino. “Si no empatizás con el dolor de un niño que fue separado de su familia, no deberías trabajar en esto”, afirma.
¿Cómo fue tu infancia?
Fue una infancia linda. Pude ser niña, ir a la escuela, jugar. Tuve la suerte de crecer en una casa bastante estable, con mi papá y mi mamá, con tres hermanos. Después de haber trabajado en esto tantos años, yo sé que no todo el mundo puede ser niño cuando tiene que ser niño.
¿Por qué decidiste estudiar psicología?
Fue raro, porque no tenía ningún psicólogo en la familia como referencia ni tampoco iba yo al psicólogo. Pero desde muy chica, yo creo que capaz a los siete u ocho años, ya sabía que quería ser psicóloga. Después también fui entendiendo que lo que le pasa a la gente tiene que ver con las condiciones en la que vive. Ahí surge mi interés más propiamente social, en comprender al sujeto en sociedad, más allá de su mundo interno.
¿Cómo viviste la independización de la casa de tus padres?
Fue como a los 30. Estaba muy cómoda, tenía mi trabajo. Después me fui a vivir con mi pareja actual, que es el padre de mis hijos. Pienso que te marca mucho el soporte y cómo te fueron anidando. No es lo mismo crecer con esa seguridad. Yo tuve a mis padres hasta que fui grande y sabía que estaba esa casa a la que podía volver.
Ahora que ya no tengo a mis padres, aun siendo una mujer grande, siento ese sentimiento de orfandad. Y si yo lo siento, que tengo casi 50 años, ¿qué sentirán los niños cuando pierden el cuidado de su familia?
¿Qué visiones cambiaron desde que entraste a Aldeas Infantiles en 2013 hasta ahora?
Ha cambiado la visión de trabajo con familias, el tipo de problemáticas, porque cambió la sociedad. Eso supone estar permanentemente buscando innovar, buscando alternativas. Yo tengo un lema que es: tenemos planes de la A a la Z. Y cuando se nos acaba el abecedario, seguimos con los números romanos. Esto quiere decir no perder la esperanza, probar todo lo que esté a nuestro alcance para revertir las situaciones de los chiquilines y de las familias.
¿Cómo consideras que mira el mundo adulto a los niños, a las niñas y los adolescentes?
Una situación muy cotidiana para nosotros es el día que un niño llega después de una quita [separación de su familia] a un acogimiento. Yo creo que si uno no puede empatizar con eso, si en un momento no sentís esa angustia, esa frustración, esa rabia, no tendrías que trabajar en esto. Hay que entender que estás trabajando con niños que no hicieron nada para estar donde están. Y que, aun en las condiciones más terribles, sacar a un niño de su familia es desarraigarlo. A veces está bien, hay que hacerlo, pero no deja de ser doloroso.
¿Cuáles son los principales desafíos que afrontan las infancias y las adolescencias?
Hay muchas políticas fragmentadas, disociadas, múltiples esfuerzos superpuestos, contrapuestos y no se logra ver la integralidad. El desafío es poder ver esto como un trabajo de largo aliento, que requiere de una inversión social. También hay que abandonar la visión de que el niño es el sujeto de intervención: es la familia.
Ningún niño está en el sistema de protección por algo que tenga que ver con una característica de él, sino con el mundo adulto.
¿Qué cosas te emocionan de tu trabajo?
Me conmueve encontrarme con chicos que después de un tiempo pudieron salir adelante o cuando los niños pueden disfrutar cosas que deberían ser cotidianas y de repente no lo son para ellos: una tarde de tortas fritas, un picadito de fútbol, un campamento, una pijamada. Y también, obviamente, cuando hay procesos que funcionaron, situaciones que se revirtieron, niños que volvieron a sus familias o se integraron a otra familia.
¿Qué rol tiene o debería tener la sociedad civil con respecto a la garantía de los derechos de la infancia y la adolescencia?
Me parece que las organizaciones de la sociedad civil hacemos nuestro trabajo de ejecutoras de política pública, pero que no tenemos que perder esa visión de buscar que cambien las cosas, que no se sigan repitiendo. Incidir en las leyes, con otras organizaciones, con partes del Estado para que se generen las condiciones, para actuar a tiempo. Hay que transformar la realidad.
¿Cómo te imaginas a Aldeas Infantiles a futuro?
Me imagino a una organización que trabaje aun más en la prevención, en la detección temprana, en la intervención temprana. Estar donde hay que estar, viendo lo que hay que ver e interviniendo a tiempo cuando todavía podemos evitar secuelas graves.
También me la imagino evolucionando en la producción y difusión del conocimiento en torno a las problemáticas de las cuales entiendo que somos expertos, llevando toda la evidencia a quienes pueden tomar decisiones.