“Este es un trabajo en el que movilizás las emociones todo el tiempo”
Entrevista a la directora del Programa Montevideo de Aldeas Infantiles, María Muñoz
María nació y creció en uno de los puntos más alejados de la capital. Podría haber sido bailarina, actividad que sostuvo desde los 5 a los 20 años, pero se decidió por el trabajo social. De alguna manera, comenta ella, el interés por los demás siempre estuvo presente.
¿Cómo fue tu infancia?
Nací en el norte del país, en Artigas, y fui criada en Bella Unión. Fue una infancia muy segura, de barrio, de jugar con mi hermano y vecinos al aire libre, amigos que conservo hasta el día de hoy.
Pienso en mi infancia y en mi adolescencia y recuerdo esos momentos de juego, de familia y de contacto con la naturaleza, los árboles, el campo, los animales. Eso me quedó en la memoria afectiva.
¿Cuándo decidiste que querías ser trabajadora social?
No tenía muy claro qué iba a estudiar hasta cursar en el liceo una materia relacionada a la orientación vocacional. Ahí surgió según las evaluaciones mi inclinación hacia lo social. En Bella Unión había una sola trabajadora social y fui a hablar con ella a su casa, para que me contara un poco más de qué se trataba.
¿Cómo fue esa independización temprana de la casa de tus padres?
Era una época en la que no había redes sociales, viajar era costoso, volvíamos muy poco en el año a la casa de nuestros padres. Fue una época sacrificada, una etapa que me ayudó un montón a crecer, a aprender sobre convivencia, a madurar y a administrarme.
¿Identificas de dónde puede surgir tu interés por lo social?
No lo sé exactamente, mirándolo a la distancia siempre tuve una veta marcada por lo social. En mi infancia y adolescencia circulaban gurises pidiendo. Al ser una ciudad chica era fácil identificarlos. De alguna forma me hacía amiga de ellos, nos quedábamos hablando en mi casa o donde los cruzara, los invitaba a que pasaran las fiestas de fin de año con mi familia.
También siempre estuve atravesada por situaciones donde hubo separaciones familiares. Mi abuela fue adoptada y tengo amigos que por algún motivo no vivieron con sus padres.
Por otra parte, mis abuelos maternos siempre estuvieron vinculados a la religión, asumiendo roles de compromiso con la comunidad, además de haber sido referentes significativos y afectivos en su barrio para otras familias.
¿Cómo valorás el cuidado de los equipos, especialmente cuando están todo el tiempo trabajando sobre situaciones dolorosas?
Es fundamental y necesario. Hay muchas formas de entender y promover el cuidado. Como coordinadora del equipo de Cuidado Residencial, en pandemia y desde la virtualidad empecé a construir un espacio que le llamábamos cuidado de equipo. A medida que retomamos la presencialidad estas instancias se enriquecieron. Fuimos dando lugar a problematizar las prácticas, habilitar espacios para el sentir individual y colectivo.
Mas allá de las formas, generar tiempo para hablar de lo que nos pasa es muy importante, cómo nos sentimos con las situaciones, con la tarea.
Es un trabajo en el que movilizás las emociones todo el tiempo, todos los días. Tiene que haber fortaleza emocional, manejo de la frustración, de los tiempos, control de las emociones. Se puede acompañar a desarrollar estas habilidades, pero hay cuestiones básicas que las personas tienen que tener, si no es difícil sostener.
La tarea social es maravillosa y desgastante. No todos podemos con todo. Hay que saber pedir ayuda y trabajar en equipo. Los gurises no eligen estar acá, nosotros sí, entonces hay que cuestionarse y recordar todo el tiempo por qué elegimos este trabajo.
¿Cómo sentís que mira en un adulto a los niños en general?
Es una mirada sesgada. Creo que existe una parte de la sociedad que desconoce la realidad de los chiquilines con los cuales trabajamos, que para nosotros es tan común y que está a la vuelta de la esquina de cualquier ciudadano uruguayo.
Muchos desconocen las situaciones que viven estas infancias, como si fuera algo que no sucediera en el país.
¿Qué cosas te emocionan de los chiquilines?
El momento en el que se reintegran con la familia es muy emocionante, quizá el mejor momento de todo el proceso.
También hay cosas más cotidianas que emocionan. Hoy una niña me dijo: “Estoy con la misma maestra del año pasado”. El año anterior no quería ir a la escuela, nos costó muchísimo que retomara la asistencia y a fin de año terminó súper contenta. Son cosas que pueden parecer mínimas, pero son súper significativas en el trabajo diario.
¿Cuál pensás que debería ser el rol de la sociedad civil en la garantía de los derechos de las infancias y las adolescencias?
Más allá del rol, me parece importante el enfoque: cómo miran a los gurises y a las familias. Si hay una mirada que juzga, que no cree, que no apuesta, eso interfiere y perjudica, dificulta cualquier rol.
¿Qué proyección hacés con respecto al trabajo del Programa Montevideo?
La proyección es seguir apostando a convivencia comunitaria y el deseo, trabajar en prevención, poder llegar a las familias antes de que se dé la separación familiar. Aldeas Infantiles tiene trayectoria, conocimiento y una profesionalización que puede ser mejor aprovechada en ese sentido y evitar que se den tantas quitas judiciales.